La ciencia de los niños

La ciencia de los niños

Macarena Valdés S., alumna del doctorado de Salud Pública

Desde hace más de tres años, a través del profesor Yuri Carvajal, nuestra escuela participa en la iniciativa “Mil aulas, mil científicos” del Programa Explora de CONICYT. Esta última conecta a los científicos con niños y jóvenes de escuelas y colegios de todo Chile. Una actividad que no sólo demanda la gestión institucional de CONICYT, sino que requiere ineludiblemente la participación de quienes habitan en la intersección entre sociedad civil y el mundo de las teorías, nomologías e inferencias. Aquellos que suelen explicar los problemas contemporáneos con teorías y experimentos.

Los científicos del siglo pasado contribuyeron al avance de la ciencia en un contexto histórico y político muy distinto al que enfrentamos actualmente. El siglo XX trató de encontrar respuestas a preguntas del universo y de la vida, con avances como la llegada del hombre a la luna, facilitando nuestras vidas a través de la incorporación de nuevos dispositivos eléctricos, o previniendo la aparición de enfermedades a través de la vacunación. Pero, a pesar de estos avances, la modernidad ha traído consigo nuevos problemas, que dibujan un continuo de desafíos que son necesarios de resolver.

La buena noticia es que las generaciones del siglo XXI demuestran fehacientemente que la curiosidad sigue siendo el motor de la ciencia y la llave del desarrollo, lo que yo llamo “curiosiómica”. En el tercer año básico de la Escuela San Carlos de Pedro Aguirre Cerda, 20 científicos de uniforme le enseñaron a un “científico y Ph D” (Yuri Carvajal) y a una “aspirante a científica y estudiante de Ph D” (yo) sobre el universo y el cuidado animal. Veinte niños de 8 años, de una escuela pública conversaron como pares y sin sesgos de la teoría del Big Bang versus el creacionismo, de la extinción de las abejas y el fin del mundo, de los experimentos con animales y del efecto invernadero, con dos personajes “más altos” y “más añosos” en una sala de clases cubierta de panfletos coloridos que promueven la tolerancia y el respeto.

Nuestra primera frase “saquémonos los zapatos para medirnos”, rápidamente fue tomando un curso inesperado. Teniendo la intención de promover y dar a conocer a nuestro amigo STATA, software estadístico de uso común en ciencias y el siempre bien ponderado gráfico de cajas y bigotes, comparando las alturas entre niños y niñas, nos vimos forzados a movernos a otras áreas y elevar la conversación a astronomía, geología, ética y filosofía. Catorce niños y seis niñas y más de 50 preguntas, algo que raramente se ve en el aula de pre y postgrado, nos sorprendieron y obligaron a sacar lo mejor de nosotros.

La primera pregunta “¿Es verdad que Dios no existe y que el mundo lo hizo el Big Bang?” nos descolocó y la segunda “¿La guayaba cura el cáncer?” nos permitió percatarnos que los niños de 8 años tienen inquietudes más profundas de lo que suponemos y que entre sus principales preocupaciones está la supervivencia de la especie (“¿Si estuvieran los dinosaurios, existirían los seres humanos?”, “¿es verdad que si se acaban las abejas se acaba el hombre?”) y la sustentabilidad de nuestro planeta (“¿va caer otro cometa encima del tierra, extinguiéndonos como a los dinosaurios?”, “¿la tierra se inundará con el derretimiento de los hielos?”). Están preocupados de que el mundo se acabe y lo que más nos costó contestar fue si los científicos estamos haciendo algo por salvar el planeta y la especie.

Como en un examen de grado esta comisión fue crítica, pero la diferencia es que nuestras respuestas no tan sólo nos permitieron mostrar cuanto sabíamos o desconocíamos, sino que también nos permitió transmitir nuestro amor por la ciencia, perpetuándola como una semilla que crece en otro y que trasciende más allá de nosotros mismos.

Veinte niños y una tremenda profesora nos demuestran que Chile no tan sólo puede exportar commodities, sino que tiene una cuenta de ahorro con un saldo muy positivo de científicos en potencia, con conciencia social y preocupaciones reales. Fomentar la educación, la ciencia y las artes, no tan sólo es un punto en la agenda de gobierno o un objetivo general de los planes de estudio, es una responsabilidad de todos quienes nos estamos formando en ciencia y que seremos los científicos del siglo XXI. No sólo debemos dedicarnos a difundir nomologías estandarizadas sino que tenemos la obligación de construir una ciencia más democrática y sustentable, consistente con las necesidades de las nuevas generaciones.

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